domingo, 24 de abril de 2011

Cuántico cuando me miras



Semana Santa por Soyignatius

Querida Madame Proust,
 
Perdóneme que le venga con ciencias en días de asueto religioso, pues sé de su tradicional recogimiento en esta parte del año. Pero debía escribirle esta breve nota al atisbar entre las páginas de emociones desatadas de Marcel en este El mundo de Guermantes, volumen más apegado a su tiempo, una pizca de ciencia. No, no me refiero a la terrible agonía de la abuela de Marcel (Dios la tenga en su gloria, mis condolencias más sinceras) aunque como enfermo lúcido sólo a veces imaginario, Marcel y su virtud nos cuentan que la medicina es un compendio de los errores sucesivos y contradictorios de los médicos, al llamar uno a los mejores de éstos tiene grandes probabilidades de implorar una verdad que será reconocida algunos años más tarde. De manera que el creer en la medicina sería la suprema locura, si no lo fuera aún mayor el no creer en ella, ya que de ese montón de errores se han desprendido, a la larga, algunas verdades. Perdone, señora, yo es que leo esto y habiendo estudiado aplicadamente ciencias como la chica bien en tierra de ingenieros que soy, pienso que Marcel ha estudiado método científico, prueba y error, y que sabe que la medicina y el diseño de experimentos todavía no estaban casados, ¿verdad?


No, supongo que no, que debe ser intelecto de persona interesada en las cosas de su tiempo, aquí tamizado bajo la sensibilidad extrema de un poeta. Más revolucionaria me ha parecido su visión del principio de incertidumbre, con clarividencia lírica incluso antes de que se formulara. Observe: …toda realidad es acaso tan desemejante de la que creemos percibir directamente como los árboles, el sol y el cielo serían por completo diferentes de lo que son si fuesen conocidos por seres dotados de ojos constituidos diferentemente que los nuestros o que poseyesen para ese menester otros órganos que no fuesen los ojos y que diesen otros equivalentes no visuales de los árboles, del cielo y del sol.


Vale, no es exactamente el gato de Schrödinger pero no me negará que ya ve Marcel que el experimentador modifica la respuesta del experimento, ¿no? Bueno, ya sé que los enemigos de mis tertulias, todos aquellos que incomprensiblemente no soportan que ponga corteza de limón al té, me dirán que como siempre hilo muy fino con Marcel. No lo voy a negar, pero si no es Marcel el escritor de las dobles lecturas, ¿quién entonces?


Suya,

Madame de Borge

miércoles, 13 de abril de 2011

La vulgaridad es la conducta de los otros



Querida Madame Proust,

¡Con qué disgusto conozco que ese irlandés  bisexual se atrevió a decirle a usted que su casa era fea! ¿Acaso no se miraba él los tacones y los claveles verdes? Me entero de tan atroz, injusta acusación, leyendo a Luis Antonio de Villena, el biógrafo de semejante infame. Lea, lea: Se dice que fue en esa etapa cuando Jacques-Émile Blanche (elegantísimo pintor de retratos) presentó a Marcel Proust y a Oscar Wilde […] Sin embargo, se produjo algún desencuentro […] y la pretendida amistad –que nunca existió- se fue para siempre al garete. La casa de los padres de Proust (un gran piso sólidamente burgués en el bulevar Hausmann) al esteta Wilde le pareció muy fea. Al parecer, el inglés había dejado caer ante los padres de Marcel –quien aún no había llegado, origen del pequeño enfado de Wilde-: ¡Qué fea es la casa de ustedes! Y añade don Luis: Proust y Wilde no tenían, desde luego, temperamentos similares.

Debe esto ser cierto, pero, ¿qué quiere que le diga? No le voy a decir cómo es su hijo, Madame, pero ese secretito que compartían –y su infinita ambición artístico estética- les hace tener relaciones peculiarmente paralelas hacia la sociedad. No me dirá usted que a Marcel no le ha gustado nunca ser recibido en todos los salones, aunque en ninguno encuentre su acomodo, y, finalmente, siempre vuelva a la casa –preciosa, por cierto- de su madre, o sea, suya de usted. Debo reconocerle que Oscar Wilde sí triunfaba en los salones, pero los criticaba severamente cuando se daba la vuelta (si conseguía hacerlo sin destrozar la vajilla). Luego los salones le dieron lo suyo, eso sí. Marcel, en Guermantes, porfía hasta el desespero para ser admitido en las tertulias de Madame de Villeparisis, pero sus avances son escasos, y mire usted que tiene valores, qué le voy a decir. Pero esta fascinación por los salones, que tiene su parte de amor por la carne –como en Oscar- se combina en Marcel con esa moral de la virtud tan decimonónica…

Dice Marcel de Francisca, su criada: La riqueza era para ella como una condición necesaria de la virtud, sin la cual la virtud carecería de mérito y de encanto. Tan poco las separaba, que había acabado por atribuir a cada una de ellas las cualidades de la otra, por exigir que hubiese algo confortable en la virtud, por reconocer algo edificante en la riqueza. Esta frase me hizo pensar en Oscar Wilde y sus criterios estéticos sobre el mobiliario de casa Proust.






Dice don Luis que Marcel estaba deslumbrado por el aire de pavo real de Oscar Wilde, por ese personaje así construido y que vivía en tan frágil equilibrio sólo reconocible por buenos entendidos. Pero tan brillante como, aparentemente, virtuoso… Hoy, como parte de esas extrañas justicias poéticas del mundo, duermen a unos metros el uno del otro, en el cementerio de Pere Lachaise. La tumba de Oscar se dibuja periódicamente de besos, de comentarios lascivos, también de escupitajos. La de Marcel, siempre bruñida, siempre tiene flores. Supongo que usted las hace llevar con la diligencia de una madre amantísima, ¿verdad?

Suya,
Madame de Borge



sábado, 2 de abril de 2011

Robert de Saint Loup

Queridas Madames,

Fascinada estoy con el gran amigo de Marcel, el apuesto Robert de Saint-Loup. Entendí que sería una revolución en la vida de Marcel desde que entró en el hotel de Balbec, llevando un traje de tela muy fina blancuzca, como nunca me figuré yo que se atreviera a llevarlo un hombre, a pesar de la terrible tarde calurosa; usa monóculo, tiene ojos color de mar, y hace cositas en el ejército. Entiendo su dulce contrapunto de hombre decidido, apuesto, exitoso con las mujeres, elegante y respetuoso, y le auguro grandes momentos futuros ya que emparentado está con las Guermantes y, además, ha tenido a bien aparecer en el tercer volumen para… para… ¡para invitar a Marcel a dormir a su cuarto!

Mientras me repongo de la elipsis, debo reconocerles que he encontrado un bello lugar con los retratos de todos los personajes de la novela, que un pintor californiano ha tenido a bien ir realizando. Se llama David Richardson, y aquí los tienen, en youtube, o en blogger.

Suya,
Madame de Borge