jueves, 22 de diciembre de 2011

El reúma

Querida Madame Proust,


Ay, señora, ¿qué quiere que le diga? Su hijo es refinado pero tiene que haberse reído mucho con él y su perspicacia. Con esta carta termino los comentarios directos del volumen rey de la mariconería literaria, con satisfacción y alegría, no sin antes mostrarle el párrafo que desató mis mayores carcajadas (se me escapó un borborigmo, pero tómelo como cosa de la edad), y a la espera de en el nuevo año retomar los volúmenes finales. Es un diálogo de uno de los asistentes a los selectos miércoles de Mme de Verdurin:


-Entonces la culpa es de la neurastenia. Cayó de la neurastenia a la filología, como diría mi buen maestro Poquelin. Dígame, Cottard, ¿cree usted que la neurastenia pueda influir perjudicialmente en la filología, que la filología ejerza una influencia calmante en la neurastenia y que la curación de la neurastenia conduzca al reúma?


Suya,
Madame de Borge

domingo, 18 de diciembre de 2011

Sexo, drogas y rocanrol

Querida Madame,


Debo confesarle que por momentos parece que Sodoma y Gomorra se aleja un tanto de los temas de la Recherche. Sin duda su querido Marcel andaba experimentando, o tal vez algo trastornado por la presencia tan cercana de Albertina tantos días seguidos. Pero la realidad es que los intereses del buen hijo siguen presentes, aunque de manera latente. 


Como el segundo tomo, ha vuelto a Balbec después de consagrar los impares a Combray y París, pero también el chico ha madurado. Ya no necesita acostarse temprano, ni besos de su madre para dormir. Pero tampoco sufre ataques de ira ante Monsieur de Charlus y sus recuerdos y memorias sólo se expanden para hablar de su abuela y el efecto de su muerte, que como prima del olvido es uno de las obsesiones proustianas: como los muertos ya no existen sino en nosotros, es a nosotros mismos a quienes herimos sin tregua cuando queremos recordar los golpes que en vida les asestamos. Pero tras estas cosas llegan elementos de juventud, que Marcel educadamente sólo apunta para que los ojos de su madre no sufran al leerle. Por ejemplo, las drogas: los momentos de olvido que, al día siguiente, siguen a la ingestión de algunos narcóticos tienen una semejanza sólo parcial, pero turbadora, con el olvido que reina en el transcurso de una noche de sueño natural y profundo. O el sexo de una sola noche: ¡Qué le vamos a hacer si el deseo carnal aumenta en lugar de disminuir! Hacemos venir a una mujer a la que ya no nos importará agradar, que no compartirá nuestro lecho más que una vez y a la que no volveremos a ver jamás.


Los dos caminos siguen en este volumen, y es claro el cruce que supone meter a Monsieur de Charlus en el salón de Madame de Verdurin, pero Marcel pone en juego otros matices. Aparecen aristócratas provincianos, y se hace un primer esbozo de burgueses con ocupaciones y trabajos que requieren esfuerzo y dedicación. La fascinación por el gran mundo noble parece descender por las miserias dedicadas a Charlus -quien aún así disfruta grandemente de los momentos de cobardía que asigna a los burgueses-, pero tal vez sea también por la ausencia de la princesa de Guermantes y sus salones.


Marcel no obstante mantiene su admirable cruzada contra el esnobismo cultural, que sigue dejándonos joyas. No es exactamente un músico de rocanrol, pero Morel, el amante de Charlus, toca el violín y lo hace encantado en la fiesta de los Verdurin: Morel se dio cuenta de que no sabía más que los primeros compases, y por travesura, sin ninguna intención de engañar, comenzó una marcha de Meyerbeer. Desgraciadamente, como la transición fue muy breve y no anunció lo que iba a tocar, todo el mundo creyó que seguía siendo de Debussy, y siguieron exclamando: ''¡Sublime!''. Morel advirtió que el autor no era el de 'Pelléas', sino el de 'Roberto el Diablo', y esto enfrió un poco la cosa.


Suya, entre risas porque los tiempos estarán perdidos pero no han cambiado,
Madame de Borge







miércoles, 14 de diciembre de 2011

Mariquita como tú...



Queridas Madames,


Ni Charles Swann, ni Odette, ni Madame de Verdurin ni la Princesa de Guermantes. El gran personaje de En busca del tiempo perdido es sin duda Monsieur de Charlus. Aristócrata, hermano del Príncipe de Guermantes, maduro, siempre bien vestido y decorado, altivo y arrogante como noble a la vieja usanza, Charlus es el gran personaje de Sodoma y Gomorra. Hasta ahora ha estado más o menos oculto, metiendo fichas de manera poco hábil al buen Marcel, pero es el cuarto volumen donde su naturaleza sodomita sale a la luz en todo su esplendor. Cierto es que ello sirve para desviar la atención de la mariconería del narrador tan habitual en El camino de Guermantes, aunque algo quede (Y un día que yo estaba esperando (...) abrí impaciente la puerta de mi cuarto y me encontré con un botones hermoso como un Endimión, de facciones increíblemente perfectas, que traía un recado a una señora que yo no conocía; no me digan que aquí no hay pluma no exenta de coña...)


Monsieur de Charlus atesora en una persona todos los comportamientos patéticos que Marcel debía observar en el ambiente de su época. No se libra de una, y supongo que así Marcel encontraría sus justificaciones. Llega a acosar a Mme. de Surgis con el objetivo de que le presente a sus atractivos hijos varones. Swann le llama un amigo delicioso. Resulta el centro de reflexiones claritas sobre el placer (los hombres pueden tener diversas clases de placeres. El verdadero es aquel por el cual dejan el otro). Monsieur de Charlus se enamora de un joven de comportamiento bisexual, y sufre por ello.Y se equivoca ante un hetero rival amable con su chico y le frunce el ceño y le considera rival. Hace de él, como manda el tópico, un ser de importante sensibilidad artística ligada a su desequilibrio. Pero, sobre todo, le convierte en objeto de un buen montón de bromas homofóbicas (algunas muy graciosas e incluso procaces, como cuando Mme de Verdurin da a los dos amantes habitaciones contiguas y les dice que no se priven si tienen ganas de hacer música) por parte del círculo burgués en el que se introduce durante su estancia en Balbec. Marcel es testigo de ello, y como narrador le trata al menos con comprensión, aunque no por ello parezca dejar de subrayar el mayor estilo de los círculos aristócratas, ni deje de hablar de vicio.


En un momento del libro, Marcel observa cómo su madre está reaccionando a la muerte de la abuela, y habla de una transformación: acaso la gran pena que, en una hija como era mamá, sigue a la muerte de la madre sino romper más pronto la crisálida, apresurar la metamorfosis y la aparición de un ser que se lleva dentro, y que, a no ser por esa crisis que hace quemar las etapas y saltar de un golpe los períodos, no habría sobrevenido sino más lentamente. Igual estoy leyendo demasiado subtexto, pero en esta bella transformación veo un trazo subcultural queer más claro que, qué sé yo, una metamorfosis kafkiana...


Suya,
Madame de Borge


(retrato de http://resemblancetheportraits.blogspot.com/)

sábado, 10 de diciembre de 2011

La femme aura Gomorrhe et l'homme aura Sodome





Queridas Madames,


Son exactamente 36 páginas las que Marcel escribe de manera directa sobre los mariquitas bajo el título Primera aparición de los hombres-mujeres, descendientes de los habitantes de Sodoma que fueron perdonados por el fuego del cielo. Es el inicio de Sodoma y Gomorra y se trata sin duda de un impresionante capítulo sobre la visión poético-armarizada de la homosexualidad, que adquiere por momentos un carácter cosmogónico y que, permítanme, debería haber sido un texto fundacional tanto de los movimientos LGTB como, si me apuran, del psicoanálisis para tratar a los reprimidos sexuales. No por su valor social o científico, sino como texto histórico que además está tan bien escrito que alcanza una emoción sobre la que actuar y pensar. ¿Se dan cuenta que estamos en un libro supuesta cumbre de la literatura en su lengua? Desde luego estas páginas no estaban entre los textos seleccionados de En busca del tiempo perdido que nos enseñaron en nuestras refinadas escuelas.


En esta visión de un homosexual judío que se presenta a través de un personaje que no es ni una cosa ni otra, hay partes que desde nuestro salón de té sólo pueden incitarnos a la sonrisa: la biología absurda empeñada en encontrar el carácter femenino del hijo de Sodoma, o las comparaciones botánicas -literalmente, moscardones que polinizan orquídeas-. Pero otras, las que explican la realidad social del armarizado, por ejemplo, son lúcidas y trasladables cuando menos psicológicamente a otros tiempos no tan lejanos. En todo ello prima el sentido literario, muy manierista como casi siempre que Marcel describe, y con su constante flujo de conciencia en el texto.


Entiendo que el pobre Marcel no engañaba a nadie, claro. A algún lector incauto, tal vez. Estas páginas incluyen también una idealización del amor homosexual con ecos wildeanos (si se produce un encuentro verdaderamente afortunado para ellos, (...) su dicha, mucho más aún que la del enamorado normal, tiene algo de extraordinario, de selecto, de profundamente necesario), que no es extraño de leer en textos de la época respecto a la unión de caracteres artísticos en las que, oficialmente, no había nada más. Y por primera vez admite que judíos e invertidos tienen paralelismos: han aprendido a ocultarse y a reconocerse sólo entre semejantes.


Suya,
Madame de Borge





domingo, 4 de diciembre de 2011

Amanecer





La luz del sol que iba a nacer, al modificar las cosas en torno mío, como trasladándome un instante con relación a ella, me hizo tomar de nuevo conciencia aún más amarga de mis sufrimientos. Nunca había visto nacer un mañana tan bella ni tan dolorosa. Pensando en todos los pasajes indiferentes que iban a iluminarse y que, todavía la víspera, sólo el deseo de visitarlos me habían infundido, no pude contener un sollozo cuando, en un gesto de ofertorio mecánicamente cumplido y que me pareció simbolizar el cruento sacrificio que yo iba a tener que hacer de todo goce, cada mañana, hasta el fin de mi vida, renovación solemne celebrada en cada aurora de mi dolor cotidiano y de la sangre de mi herida, el huevo de oro del sol, como propulsado por la ruptura de equilibrio que en el momento de la coagulación determinaría un cambio de densidad, erizado de llamas como en los cuadros, rompió de un golpe la cortina tras la que, desde hacía un momento, se le sentía trémulo y pronto a irrumpir en escena y a lanzarse, borrando bajo torrentes de luz su púrpura misteriosa e inmóvil. Me oía a mí mismo llorar.


Queridas Madames,


Tras cuatro volúmenes por fin Marcel ha visto amanecer en Balbec. Ha sucedido con el impresionante manierismo que ven ustedes arriba, que arrebataría sin duda a cualquier vampiro que pudiera, milagrosamente, volver a ver la luz del sol por la mañana y sin embargo sobrevivir. Marcel, sin embargo, cierra Sodoma y Gomorra hecho un mar de dudas sobre su vida amorosa y prácticamente la de todos los personajes de la obra. Otro final cliffhanger para la posteridad, sin duda.


En siguientes entregas de este su salón de té hablaremos mejor de las temáticas del volumen que, curiosamente, se han olvidado de Dreyfuss, nos han dejado sin Swann, pero ha supuesto la gozosa vuelta de Mme. de Verdurin y su selecto núcleo, y lo ha mezclado bien con Monsieur de Charlus y sus selectos gustos.


Suya,
Madame de Borge

martes, 29 de noviembre de 2011

Algo se mueve en Balbec

Queridas Madames,

Sinceramente, para mi sorpresa, noto una perturbación en el pasado que ve el futuro. Y me explico:

Yo ya sabía que Marcel era un autor a caballo. Y no me refiero a sus paseos subido a un equino por los campos de Balbec, que alguno da para mi sorpresa cuando lo lógico hubiera sido que sintiera un temor atroz ante seres de ese peso que además relinchan y responden a estímulos tan inapropiados como un terrón de azúcar. Sino a que estructura su obra en dicotomías. Nada que no hayamos hablado en nuestras tertulias, que si me voy por Guermantes o por Meseglise, que si prefiero las fiestas burguesas de Verdurin o las aristócratas de Guermantes, que si me decido por Gilberta o por Albertina. La tentación de ponerle a caballo entre los novelistas realistas del siglo XIX y los psicologistas del XX es grande. No es un innovador formalista como Joyce ni como Rimbaud, pero la introspección del yo es fundamental en su obra.

Pues bien, en Sodoma y Gomorra me encuentro con bonitas alusiones a un futuro técnico y económico ante las cuales Marcel parece... no sé si perdido o despechado, pero desde luego un tanto fuera del mundo. Los terribles coches eléctricos, gigante de las botas de siete leguas, le vienen estupendo para llegar a las fiestas de Mme. Verdurin, pero le acercan tanto los pueblos que le llegan a igualar los paisajes, de modo que no tiene tiempo suficiente para su habitual somatización emocional del recuerdo en los lugares por los que pasa. Y aparecen personas (entiéndase, hombres de sociedad no baja) que trabajan en cosas no como preparar guerras, atender la confesión de las mujeres, o mantener el porche para las visitas, sino en informes, cifras, datos, acciones de bolsa...

Sutiles apuntes, Madames, que dan idea de que el mundo definitivamente cambiaba. Que, en este caso, no habrá posibilidad de escoger camino, sino que este vendrá impuesto. Y no dice qué vendrá con él, pero debo intuir que será el olvido, claro.

Seguiremos informando.

Suya,
Madame de Borge

lunes, 21 de noviembre de 2011

Ping de pezones

Queridas Madames,






Monóculo temblando, aguja de punto de cruz caída, y botella de pastís cerca para los soponcios, descubro que Marcel por fin ha encontrado objeto a Gomorra. Siempre, inocente que es una, me alineaba con esa corriente de lo popular que dice saber bien cuál era el pecado de los sodomitas, pero desconocía por completo el de los gomorritas. Pero Marcel, audaz, valiente, lúcido, lo descubre: ¡las gomorritas son las muchachas que tienen vicios con las muchachas!


Sodoma a tomar por culo
(con perdón)
De la pobre Gomorra quedó tan poco que ni hay cuadros
En esta imagen, La destrucción de Sodoma, de John Martin

Marcel teme acabar como Swann, y que Albertina sea gomorrita como resultó serlo Odette, y todo por una insidia del doctor Cottard. Yo les digo que es una muchacha buena, y aunque evasiva con el pobre Marcel, creo que lo hace por cuidar la delicada salud del muchacho y no alterarlo mucho. Pero claro, viene el doctor de los Verdurin y no se le ocurre sino decirle a Marcel que las mujeres disfrutan más que con nada con el pezón contra el pezón, y, claro, como no podía ser de otra manera, su varonil indignación se ha desatado, nada le parece más inconcebible, no puede soportar ESTO:


¡PING!
Sé que esta imagen les choca, queridas
Sean ustedes fuertes


¡Qué les voy a decir! El humor se le desboca, a veces uno se tienta de decir que invOluntariamente, que no puede serse tan envarado y soltar estas perlas... Los sudores fríos al imaginar los amores calientes de las muchachas en flor de Balbec. El hombre con problemas de vista que siempre se ganaba un guantazo del mellizo de su objeto de deseo... El festín sexual de Sodoma y Gomorra es un banquete que Marcel dice sólo mirar, en el que es espectador privilegiado, y en el que no se le permite disfrutar nada. O tal vez sí: el lenguaje.


Suya, justo antes de la ducha,
Madame de Borge

lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Cuestionarios Proust?

Querida Madame Proust,

¿Sabe usted que está en prensa? Para mi sorpresa, la Baronesa Riefenstahl (quien no viene a nuestro salón de té, pero su espíritu nos llena e imbuye) nos ha enviado esta reseña que habla de los cuestionarios Proust, que nos revelan algunos gustos que dirían frívolos, pero que yo sé profundos e inherentes al alma humano. Aquí se lo  dejo, señora.

Me da cosita, Madame, hablarle de las cosas que Marcel está viendo en su Sodoma y Gomorra. En las fiestas hay miradas, relaciones e insinuaciones equivocadas, cosas que una madre nunca aprobaría que su muy querido hijo viera. ¡Ánimo, señora! Con un poco de suerte, puede usted ganar otro hijo.

Suya,
Madame de Borge

domingo, 30 de octubre de 2011

Y en apenas diez páginas...

Queridas Madames,

Sí, hemos vuelto. Marcel a hacer de las suyas y yo a leérselas. Mucho me temo que este volumen no sea del todo adecuado a nuestras charlas de té. ¿Cómo le sentará a la adorable y puritana Madame de Churchill que el primer capítulo de Sodoma y Gomorra incluya en su título la expresión hombres-mujeres, descendientes de los habitantes de Sodoma? ¿Qué le parecerá a la sensible Madame du Chrisanteme que Marcel diga, aunque con reparos, homosexualidad, y la compare con la botánica? Y a la adorable Madame de Gayarta, tan rendida a los problemas sociopolíticos, ¿qué le parecerá que Monsieur de Charlus se folle -con perdón- a un maduro modisto de chalecos?

¡Y TODO ESTO EN DIEZ PÁGINAS!

Debía haber esperado al verano para poder leer esto con té helado, queridas. En este invierno incipiente, me temo demasiados ardores.

Suya,
Madame de Borge

sábado, 22 de octubre de 2011

No tomar el nombre de Marcel en vano

Queridas Madames,

Sé que las he tenido abandonadas durante meses, pero los sudores y espasmos que el final del tercer volumen de la recherche me duraron todo el verano. En estos meses sólo he podido alimentarme de agua con gas y unas pocas magdalenas (bueno, un poco de anís que me traían las religiosas del convento de la plaza, pero es que es tan difícil resistirse al anís...). Pero no por ello he podido evitar el peso de Marcel, no. Terminada mi recuperación y próximo el inicio de la lectura de Sodoma y Gomorra (mi tío el rarito siempre tenía un ejemplar de este libro a mano), me he tropezado con Marcel en varios lugares, con referencias más o menos gratuitas, para que veamos que hay personas que escriben libros o hacen películas y que han leído a Marcel. Aparece, así gratuitamente, en La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, o en los ensayos Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación, de Alessandro Baricco y Esculpir en el tiempo, de Andrei Tarkovsky. Yo grito a los autores del mundo: ¡dejen de usar a Marcel para parecer más cultos! ¡Aprendan de este blog y lean a Marcel para ser más mamarrachas!

Una actitud mucho más feliz, qué duda cabe.

Suya,
Madame de Borge

miércoles, 29 de junio de 2011

Stanley Kubrick, que adaptas a Proust



Queridas Madames,

Les reproduzco un extracto de un apasionante artículo sobre Stanley Kubrick escrito por Stephane Delorme y publicado en Cahiers du Cinema España (nº 46, Junio 2011, pp. 72 a 77). Dada la bella referencia hecha por el director británico a los grandes pequeños detalles proustianos, era inevitable hacerlo.

Suya,
Madame de Borge

Lo que por el contrario está claro es que la cuestión en Inteligencia Artificial (A.I.) no es en definitiva la tecnología sino el amor, en particular el amor filial. En el precioso libro que Jan Harlan editó sobre A.I. en 2009 se reproducen notas manuscritas de Kubrick referidas a la última escena, cuando los robots del futuro proponen al pequeño David reencontrarse con su madre, pero solo por un día. De manera totalmente inesperada, en una nota fechada el 11 de abril de 1993, Kubrick se pregunta cómo encontrar un equivalente al proustian knock on the wall para describir la complicidad recuperada entre Mónica y David. Hace aquí referencia al pasaje de A la sombra de las muchachas en flor en el que el pequeño Marcel, en la cama, se comunica con su abuela mediante golpes en la pared. Kubrick se pregunta si hay que retomar este gesto o si hay que encontrar un equivalente. Se pregunta si David debe llevarle el café a su madre al despertarse (es la opción con la que se quedará Spielberg). En estas emotivas notas vemos la atención que puso Kubrick en este desenlace y una sensibilidad imprevista de cara a esta relación doblemente proustiana, puesto que el niño trae a su madre desde el tiempo perdido. También está este comentario hiriente y trágico que aporta Sara Maitland: David quería convertirse en un niño real, lo que consigue es convertir a su madre en androide.

miércoles, 22 de junio de 2011

Alfred Dreyfus, presente

Queridas Madames,

Sinceramente, si hay algo que me ha sorprendido en El mundo de Guermantes, es la fuerza con que ha irrumpido en la narración el caso Dreyfus. Si no lo recuerdan, consulten la Wikipedia, que tendrán páginas y páginas. Verán que fue un caso que marcó la Francia del cambio de siglo, que involucró a toda la sociedad, que anticipaba en parte los desastres antisemitas del siglo XX… Francia se dividió entre aquellos que creían al coronel judío injustamente acusado de traición –los dreyfusards, entre ellos Zola gracias a su famoso artículo por el también fue enjuiciado-, y aquellos que creían en la culpabilidad y pensaban que casi nada bueno podía venir de esa infección judía en el país –los antidreyfusards o nacionalistas-.

Posiblemente, Marcel, que no deja de ser un escritor que también bebe del realismo de la literatura decimonónica francesa, no podía aspirar a retratar la sociedad sin hablar del asunto, aunque eso le obligue a fijar la acción en un tiempo claramente definido. No, nunca llega a hablar de fechas (¡qué vulgaridad!), simplemente el dreyfusismo está ahí, y sirve para que los personajes se definan en un bando o en otro, para que terminen relaciones por consideraciones políticas, o se desprecien dentro o fuera de las familias, o para hacer comentarios sobre los judíos, que en Marcel son un tanto equidistantes, y lejanos a la pesadilla que los judíos vivirían unas décadas más tarde, pero que seguramente pensó necesarios para que el libro resultara creíble. La ternura que de todos modos le despierta ahora Swann me hace también leer entre líneas una simpatía no racionalizada hacia la causa deryfusista (¿hacia la causa judía? ¿¿hacia la causa de los discriminados??). El libro lógicamente pierde atemporalidad, aunque gane en episodios magníficos alrededor del asunto. Frente a sentimientos universales que suceden en momentos sin definición temporal, y frente al hecho del olvido, la evocación, y la memoria, encontrarse con un episodio que pasados más de cien años, aunque no olvidado, no está normalmente fresco en la memoria del lector atento especialmente si no es francés (no se mortifiquen por ello), puede ser un buen ejemplo de lo que le esperaba con el paso del tiempo a la recherche. Una víctima de sí misma, tal vez.

Suya,
Madame de Borge

domingo, 12 de junio de 2011

Un armario muy grande


Queridas Madames,

Y llegamos al subtexto que todo lo explica, claro. La cuarta parte de la recherche tiene un título claro, y yo no sé aún sus entresijos, pero estimo que mucho se avanza en El mundo de Guermantes. Las diferentes formas de vivir en el armario están aquí resumidas, y son deliciosas. Por ejemplo, la amistad masculina equívoca, cuyo exponente máximo es la fascinación completa que Marcel siente por la belleza de Robert de Saint-Loup:

-¿Conque preferiría usted acostarse aquí, a mi lado, mejor que irse al hotel? –me dijo Saint-Loup, riendo.
-es usted cruel, Roberto, en tomarlo con ironía –le dije-, sabiendo como sabe que eso es imposible, y que allí voy a sufrir tanto
-Me adula usted –me dijo-, porque precisamente se me ha ocurrido la idea de que usted preferiría quedarse aquí esta noche. Y eso es precisamente lo que había ido a pedirle al capitán.
-¿Y lo ha permitido? –exclamé.
-Sin la menor dificultad
-¡Oh! ¡Lo adoro!
-No; eso es demasiado. Ahora déjeme usted que llame a mi ordenanza para que se ocupe de nuestra cena –añadió, mientras yo me volvía para ocultar mis lágrimas.

¿No creen ustedes que son peculiares, a la vez, la libertad y la falta de libertad que Marcel tenía para escribir? Puede aún refugiarse en la bonita amistad entre hombres jóvenes sin levantar sospechas entre los lectores de su época. Pero estos no le perdonarían si explicitara sus sentimientos reales. En esa contradicción –que comparte con otros escritores grandes- está parte de la magia de su literatura.

Otra forma de vivir el armario es descubrir en la ‘amada’ los rasgos del ‘mejor amigo’. Aquí se justifica al ser amada y amigo ambos familiares, parte de los Guermantes, pero el adular a la hermana de un chico bien guapo sin por ello tener problemas es una tradición homófila adolescente: al mirar a Roberto, me di cuenta de que también él era un poco como una fotografía de su tía, y en virtud de un misterio casi tan conmovedor para mí, ya que si el rostro de él no había sido producido directamente por el de ella, ambos tenían, sin embargo, un origen común. Los rasgos de la duquesa de Guermantes, que estaban prendidos en mi visón de Combray, la nariz en forma de pico de halcón, los ojos penetrantes, parecían haber servido asimismo para recortar, en otro ejemplar análogo y menos consistente, de piel demasiado fina, el semblante de Roberto.

Marcel llega más allá: cuando se entera de que la amante de Roberto es ‘Rachel quand du Seigneur’, a la que conoció en un prostíbulo, está en realidad ofreciéndose. Como protector, sí, pero me temo que él también quisiera ser la puta de Roberto, aunque por otro lado su indiferencia antes la prostitución de Rachel, vestida de liberalidad, esconde más bien el grito a Roberto de que estas mujeres (y posiblemente todas) no le convienen: comparaba yo para mis adentros cuántas otras mujeres por las que viven, sufren y se matan los hombres, pueden ser en sí mismas o para otros lo que Raquel era para mí. (…) Yo hubiera podido enterar a Roberto de no pocas dormidas de ella, que a mí me parecían la cosa más indiferente del mundo. A él, en cambio, ¡cómo le habrían apenado! ¡Y qué no habría dado por conocerlas, sin conseguirlo!

Una noche de borrachera le devuelve a Marcel su propia imagen en un espejo. Y se desprecia. Yo también veo aquí subtexto: aborrece su verdadero yo, como buen chico que aún no se acepta. Diría además que hay ecos de Dorian Gray: Como en aquel momento era yo ese bebedor, de repente, al buscarlo en el espejo lo descubrí, repulsivo, desconocido, que me miraba. La alegría de la embriaguez era más fuerte que la repulsión; por broma o por baladronada, le sonreí y al mismo tiempo me sonreía él. Y yo me sentía hasta tal punto bajo el imperio efímero y poderoso del minuto en que las sensaciones son tan fuertes, que no sé si mi única tristeza no fue pensar que para el yo espantoso que acababa de percibir acaso fuese éste su último día, y que jamás volvería encontrar a aquel extraño en el curso de mi vida.

Pero tampoco hace falta, Madames, ser puta para saber lo que es follar. Quicir, conocer la noche para ver el amor efímero. A ver si me explico: aún puede haber voces que me digan que hasta ahora las cosas no están tan claras como una mirada insumisa pudiera querer ver. Marcel es explícito en un par de ocasiones. Por ejemplo, con otro punto de la homosexualidad: ¡el ataque nocturno! Eso sí, aprovecha para alejarse de hombres de tan feas costumbres, con más miedo que vergüenza, aunque también por la airada reacción de Saint-Loup, que en esta ocasión usa los puños, y que es una advertencia de lo que le esperaría en caso de propasarse: Era un paseante apasionado que, al ver al apuesto militar que era Saint-Loup, le había hecho ciertas proposiciones. Mi amigo no salía de su asombro ante la audacia de ese ‘mangante’, que ni siquiera esperaba las sombras nocturnas para arriesgarse (…) Unos puñetazos como los que [Roberto] acababa de dar tienen, para los hombres del género del que un momento antes le había abordado, la utilidad de darles que pensar seriamente, si bien, con todo, durante un tiempo suficientemente escaso para que puedan corregirse y escapar así a los castigos de la justicia.

No son expresiones para una dama, Queridas, pero debo decirles que Marcel tiene la picha echa un lío con Roberto. Y cuando se junta con sus amigos, que en teoría compiten entre ellos para ganarse a las ricas herederas de París, el asunto se le desata. El grupo de amigos guapos con secretitos es otra fantasía homosexual, por supuesto: Nunca se invitaba a uno de ellos sin los otros; los llamaban los cuatro gigolós; siempre se les veía juntos en los paseos, en los castillos, donde les daban habitaciones con comunicación entre sí, de modo que –tanto más cuanto que todos ellos eran muy guapos- corrían rumores a cuenta de su intimidad.

En fin, no necesito más, la verdad, y eso que lo hay. El deseo de expresión de Marcel es tan grande que resulta abrumador. La belleza de sus vericuetos lingüísticos es arrebatadora. No hay, desde luego, lectura militante. El análisis de este volumen terminará con otro de los temas básicos de El mundo de Guermantes: Dreyfuss, los judíos, el nacionalismo francés.

Suya,
Madame de Borge

martes, 7 de junio de 2011

Francia qué hermosa eres. Aunque me quede solo.


Queridas Madames,

No es de extrañar que con tanto revés social, Marcel caiga en la misantropía que le permita dedicarse a ese arte que explica el mundo mejor que cualquier parte del mismo. Que la literatura sea eterna, que a través de ella se manifieste todo, incluso y sobre todo la verdad, como si de un dios panteísta fuera, merece un culto, y ese culto se lo va a dar Marcel en vida con su soledad y entrega a su obra. Las excusas para la reclusión son múltiples. Desde luego, intelectuales: La influencia que se atribuye al ambiente es particularmente cierta en el ambiente intelectual. Cada uno es el hombre de su idea; hay muchas menos ideas que hombres, y así, todos los hombres aferrados a la misma idea se parecen. Como una idea no tiene nada de material, los hombres que sólo materialmente están en torno al hombre de una idea no modifican a ésta ni poco ni mucho. Claro que soltar esto en una reunión social sólo puede generar mandíbulas caídas de estupor, que es lo que le pasa a Roberto Saint-Loup, que literalmente babea ante lo inteligente que Marcel brilla delante de sus amigos (y funcionando así el clásico espejo doble de seducción entre hombres: cuerpo vs mente). Marcel lo pone también en boca de Charlus, el equívoco Guermantes que quiere hacer un discípulo de él: Con frecuentar la vida social no haría usted más que perjudicar a su propia situación, deformando su inteligencia y su carácter. No se priva de decirlo él mismo con la contundencia debida: la amistad es tan poca cosa que me cuesta trabajo comprender que hombres de algún genio, como, por ejemplo, un Nietzsche, hayan tenido el candor de atribuirle cierto valor intelectual.

Para Marcel tampoco es esta abrazada soledad un camino de rosas. No hay más que ver cómo quiere entregarse al mundo, que espera que le aporte tanto como él es capaz de dar. Quisiera ser amado con completa honestidad, pero, no consiguiéndolo, decide cuando menos darse coba: Todo lo grande que conocemos nos viene de los nerviosos. Ellos y no otros son quienes han fundado las religiones y han compuesto las obras maestras. Jamás sabrá el mundo todo lo que les debe y sobre todo lo que han sufrido ellos para dárselo. Saboreamos las músicas exquisitas, los hermosos cuadros, mil delicadezas, pero nada sabemos de lo que han costado a los que las inventaron, de los insomnios, de las lágrimas, risas espasmódicas, urticarias, asmas, epilepsias, una angustia de morirse que es peor que todo eso […]

La literatura es tan respetable que hasta indica el cambio de niña a mujer, una de estas cosas que al Marcel personaje tienen fascinado (aquí su píldora de humor bartualiano, queridas): Nos habíamos dado cuenta de que Albertina había dejado de ser una chiquilla cuando un día, para dar las gracias por un regalo que le había hecho una extranjera, había respondido: ‘Me deja usted confusa’. La señora de Bontemps no había podido menos de mirar a su marido, que había respondido, ‘¡Caramba! Ya anda por los catorce años’.

Marcel desbroza de continuo su psicología. Pertinente parece ahora la comparación con el flujo de conciencia de Joyce y la ya patente imprenta de autor que a principios del siglo pasado querían los escritores dejar en su obra. En Marcel, el capítulo cumbre, la explicación que todo lo abarca, es el subtexto (al que dedicaré queridas mías si me siguen leyendo, mis valientes, la siguiente entrada). Al armario, vaya.  De mientras, una píldora para francófilos, que yo diría que anticipa hasta el cine de autor francés (y que nos da un rasgo nacionalista). Observen cómo los franceses son necesariamente bellos: Pero es con todo bonito, y acaso sea cosa exclusivamente francesa, que lo que es hermoso a juicio de la equidad, lo que vale según el espíritu y el corazón, sea primero encantador para los ojos, esté coloreado con gracia, cincelado con justeza, realice también en su matera y en su forma la belleza interior. Miraba yo a Saint-Loup y me decía que es una hermosura que no haya ninguna desgracia física que…

Suya,
Madame de Borge