domingo, 20 de junio de 2010

El la-la-la


Queridas Madames,


Reconozcamos la ignonimia de no mencionar en estas páginas a Monsieur de Outcast, que recientemente dejó un comentario para nosotras entre estas páginas. Discreto como corresponde a un natural de esa tierra de la que procede, Monsieur nos hablaba de sus esfuerzos y sus avances leyendo a Marcel... ¡¡¡en francés!!!


Bien es sabido que 'Á la Recherche...', su lectura, su reedición y su investigación, son en Francia un subgénero en sí mismos. Pero aún sabiendo de la multitud de reediciones y partes encontradas y olvidadas de la obra que aparecen, Monsieur de Outcast evitará las demoníacas traducciones que son objeto de mofa y befa en castellana la lengua.


En nuestro salón de té somos mayoría las lectoras de Proust que utilizamos la traducción de don Pedro Salinas. Tal vez por ser la más fácil de encontrar, o por su valor histórico al ser pionera en castellano. Pero no por ello está libre esta traducción de estilismos que ahora son considerados erróneos, como una afición sin piedad por el laísmo (y leísmo), o esa traducción de los nombres propios (Jorge Sand o Carlos Swann son dos tremendos ejemplos). Vean: Quizá no se daba cuenta Odette de lo sincero que era con ella cuando regañaban y cuando LA dijo que no le mandaría más dinero y que procuraría hacerLA daño. Uno no puede creer que un señor catedrático y poeta del 27 fuera un melón de la gramática. Puede que fuera un traductor pésimo (que no lo creo), pero prefiero pensar que hay un motivo para una traducción así. Caballerosidad, tal vez. Galanura española. O confusión proustiana de género, quién sabe. Terriblemente, el texto de Salinas, casi coetáneo del original, suena un tanto rancio, y obviamente no gusta a las nuevas generaciones. Algunas, chapadas a la antigua como somos, sentimos no obstante un ligero picor de nostalgia: en realidad, nuestros mayores más que machistas, eran laístas, que, como todo el mundo sabe, es algo mucho más civilizado.


Espero sinceramente que la escuela de Madame de Malarrama rinda la especialidad de 'traducción del francés' entre sus estudios, pues ya sabemos lo importante que es el francés para las señoritas. Y, dicen, para algunos señores. Que esperan un futuro proustista igualitario y sin laísmo. Y animo también a Monsieur de Outcast a continuar la lectura apasionante y explicarnos si es posible, oh rizo entre rizos, un laísmo a la francesa. Esperamos recibirle con más continuidad en nuestras reuniones, pues los caballeros que hablan el francés sin enseñar los dientes sirven mucho mejor el té.


Suya,
Madame de Borge


miércoles, 16 de junio de 2010

Una edad difícil.


Querida Madame Proust,

Habrá de disculpar mi tardanza en empezar esta correspondencia, pero sé que se hará cargo del sinnúmero de responsabilidades que una directora de escuela superior tiene que atender en estos últimos días del curso académico. Afortunadamente, hoy he conseguido reunir unos minutos para sentarme al escritorio y escribirle estas líneas. Al parecer esta tarde se celebra un importante partido de balompié en el que juega la Selección Nacional de nuestro país y todo nuestro personal masculino se ha reunido para escuchar la emisión radiofónica en la cantina de la escuela. Algunas de mis alumnas han querido unirse a los bedeles para animar nuestros colores y no he tenido corazón para negarles mi permiso. Siempre he dicho que, para condensar la salsa del carácter, no hay mejor harina que el sentimiento patrio, porque ¿acaso es posible creer en uno mismo sin creer antes en tu país? Por lo demás, intento por todos medios fomentar el deporte entre mis pupilas, ya que pienso que enaltece el espíritu, y aunque el balompié no es uno de los frutos de mi devoción, sería una hipocresía por mi parte impedirles que escuchen el partido en la radio de los bedeles.

Tan solo espero que se comporten. Bien sabe usted, Madame Proust, que no están acostumbradas a la compañía de miembros del sexo opuesto, pero confío en ellas ciegamente, igual que ellas confían en mí. Todo este preámbulo sobre las dificultades de la labor educativa no es baladí, querida Madame. Cualquiera que por elección profesional, como yo, o por providencia biológica, como usted, se haya encontrado al cargo de adolescentes sabe perfectamente lo duro que es educar. Y es precisamente eso lo que me ha animado a escribirle, Madame Proust, porque debo hacerle notar que estoy un tanto escandalizada por la actitud de su hijo Marcel en la primera parte de Por el Camino de Swann.

Bien está que una jovencita, como nos cuenta nuestra querida Madame Churchill, espere un beso de despedida de su madre al retirarse a dormir. Nada tengo en contra de ello. Es más, yo misma acudo todos los días al lecho de mis alumnas para darles un beso de buenas noches (¡Pobres mías, tan lejos de sus hogares!). Este impulso no es sino natural, porque una muchacha necesita la cercanía de una madre para moldear su carácter. Pero ¡un hijo…!

No me gustaría decirle cómo tiene que educar a su prole, querida Madame Proust, al fin y al cabo yo nunca he tenido hijos propios (vicisitudes de la vida, no le voy a hablar de mis pesares), pero creo que mi amplia experiencia docente me cualifica y me obliga a advertirle que si persiste usted en ceder ante los requerimientos de su hijo varón y acude por las noches a besarlo en la mejilla, pronto se encontrará con que ha criado a un adolescente caprichoso. Tome nota de lo que le digo porque éste es el menor de los vicios que puede adquirir Marcel si no se opone usted con voluntad férrea a sus chiquilladas.

Dicen los alienistas (profesión y disciplina cuyos avances sigo con franco interés) que la excesiva cercanía de una madre en estos años críticos del desarrollo puede fomentar en el pre-adolescente un indeseable apego hacia lo propio femenino. ¡Escalofríos he sentido al leer de la obsesión que tiene el pequeño Marcel con el vestido de usted al oír su frufrú subiendo las escaleras! La laxitud, la morbidez y otras enfermedades de la voluntad también parece que están provocadas por la superabundancia de afecto materno. Y lo peor de todo no es eso, porque hay quienes dicen que incluso puede llegar a… Pero no puedo seguir. Solo de pensarlo se me pone la piel de gallina.

Sé que sus intenciones como madre y como persona son honestas y que, por lo tanto, sabrá apreciar esta crítica. Crítica a la que, de no ser por la gravedad del asunto, habría dado la forma de consejo de amiga.

Pero no la entretengo más, querida Madame; mis obligaciones me reclaman. Voy a bajar a la cantina a ver qué hacen mis chicas. Oigo risas y suspiros. Es posible que nuestra Selección haya marcado un gol.

Siempre suya,

Madame de Malarrama.


domingo, 13 de junio de 2010

Primer misterio desvelado

Querida Madame Proust,

Ay este Marcel, qué juguetón, haciendo sufrir al caballero Swann para luego otorgarle los favores que le eran esquivos... Como adivinará, he, en efecto, terminado por fin 'Por el camino de Swann', en exactamente 27 días. Dice nuestra querida tertuliana (aunque últimamente nos ha hecho varias piras injustificables), la Baronesa Riefenstahl que uno no se hace fan de Ellroy para luego tener que leer frases del tamaño del Titanic y la complejidad de un acelerador de neutrones. Algo de razón no le falta, que una tiene la sensación de que ha leído una única frase en quinientas páginas.

En la aparentemente futil reconstrucción del recuerdo y de las pasiones amorosas imposibles de Marcel encuentro a veces un fino sentido del humor, con el que de nuevo he vuelto a sufrir arcadas en el episodio veneciano del tercer episodio del primer volumen. Marcel anticipa a Thomas (Dios mío, he de proponer a las madames leer todo Thomas Mann, a ver si compensamos tanta Francia con algo de música), y consigue que su protagonista enferme incluso sólo con la posibilidad de pensar en las enfermizas atmósferas de la laguna.

Como ve, en este mes he encontrado motivos para alegrarme de la lectura de Marcel, señora. Sin embargo, noto frialdad en las demás Madames. Indiferencia. Como si se tratara de proyecto dejado a medias. Prometo desde aquí no volver a pasar hambre... digo... perdón, ¡prometo no abandonar la lectura!. 'A la sombra de las muchachas en flor' me espera en septiembre, y supongo que me desvelará qué sucedió para que Swann ganara el amor según perdía la sociedad. ¿Dará besos de buenas noches a Gilberta? ¿O sólo cuando no hay invitados en casa? ¿La princesa de Laumes volverá a Guermantes? ¿Y Madame de Verdurin? ¿Volverá de su gira en yate?

En fin, ya veremos. Prometo seguir escribiéndola, Madame. Me tomo su falta de respuesta como un asentimiento en silencio; como si le soplara con suavidad a una vela cuya llama se estremeciera por milésimas de segundo, para recuperar su porte y su luz como si nada hubiera sucedido. Pero, aún así, ha sucedido, y por ello no la abandonaré, y espero seguir en estas comunicaciones con el proustiario proustmetido.

Suya,
Madame de Borge

lunes, 7 de junio de 2010

Pagafantas

Querida Madame Proust,

Definitivamente, Charles Swann es un magnífico ejemplo de encoñado. Me temo, insumisamente que lee una, que la minuciosa descripción de los sentimientos de Swann en los vaivenes a que Odette de Crézy le somete tienen un tanto que ver con la vida de Marcel, aunque usted tal vez nunca llegara a enterarse. A Swann, mientras los Verdurin le desprecian, mientras Odette le saca el dinero y además se acuesta con hombres y mujeres, y mientras se descubre sometido a pasiones que siempre creyó mundanas (aka celos), nada le sirve para recuperar su altivez y tranquilidad. No su clase: por mucho que esté resentido con los círculos artísticos, la grotesca reunión de aristócratas con la descripción de monóculos es tal vez obvia como metáfora de tiempos y sociedades que acabaron (Marcel desprecia su pretenciosidad vacua), pero la incapacidad de Swann de ver a los personajes reales salvo como imágenes que reconoce en obras artísticas (pinturas, vidrieras) es una manera increíble, magnífica, de describir el vacío romántico que consiste en vivir una ilusión continua.

Me sigue interesando el punto de vista. En las doscientas páginas largas de estos amores de Swann ha aparecido, en el tercio final, de nuevo la primera persona, el recuerdo de Combray, y la promesa de que Swann volverá a la tierra cercana a los tiempos y espacios del narrador. Veremos.

Suya,
Madame de Borge

Y cosas que hasta entonces le habrían abochornado: espiar al pie de una ventana, quién sabe si mañana sonsacar diestramente a los indiferentes, sobornar a los criados, escuchar detrás de las puertas, le parecían ahora métodos de investigación científica de tan alto valor intelectual y tan apropiados al descubrimiento de la verdad como descifrar textos, como comparar testimonios e interpretar monumentos.